domingo, 1 de septiembre de 2019

LA QUEBRADA DEL CURA


#HIJUELAS

Cuenta la historia que, antiguamente, en los tiempos coloniales, uno de los tantos sacerdotes jesuitas que llegaron a Chile vivió en la zona de lo que hoy es Hijuelas. Como los parajes naturales de aquel entonces no estaban tan habitados, el aislarse de la población era una práctica común. Ocurrió que este misionero acostumbraba a acercarse a dios mediante la meditación, y para ello siempre buscaba lugares alejados, en los que la naturaleza fuese su única compañera. Una de estas ocasiones, se dispuso a recorrer algunos cerros  que según decían lugareños, tenían pequeños manantiales formados en quebradas sinuosas.  Preparó su mula con todo lo necesario: ropajes, cacharros y otras cosas necesarias para el viaje y partió.  No era la primera vez que realizaba este viaje de introspección por lo que no fue extraño que sus colegas, amigos y vecinos del pueblo asumieran que andaba en este periplo  y que se ausentaría por un tiempo.
Imagen: https://patrimoniocalerachile.webnode.cl/quebrada-del-cura/
Pasaron los días, luego semanas y finalmente meses, y la situación se tornó preocupante. El cura no regresaba.  Ya decididos,  se reunió un grupo de personas, dispuestas a buscar al jesuita perdido. Enfilaron por el camino de las hijuelas hacia los cerros y cuando llevaban media hora de caminata, la mula del sacerdote apareció, pastando tranquilamente. Lo raro era que estaba sola y que sobre su lomo estaban todas las pertenencias del cura, pero de él, ni rastro. Buscaron y buscaron, por senderos y quebradas, pero no lo hallaban. Hasta que, al llegar a una quebrada obscura debido a que el sol apenas la penetraba con sus rayos, lo vieron sobre unas rocas, muerto, con evidentes signos de haber caído hace ya varios días desde el peñasco que a veinte metros de altura se imponía.
Al enterarse la comunidad, se le realizó una gran misa, que tuvo a todo el pueblo despidiendo al querido misionero, incluso, se comenta que mientras duraba su responso, toda la gente no fue a laburar y se les veía por calles y casas rezando y llorando la pérdida.
Desde entonces, los arrieros, acampantes y otros visitantes que llegan a esta zona dicen ver la silueta de un sacerdote que los observa de lejos. Cuando se intenta darle alcance, este siempre es más rápido, y desaparece entre peumos, quillayes, boldos y arbustos.
También hay gente que en algunas noches dice ver a una persona quien,  amablemente ofrece pan y comida. A esta persona siempre se le ve con hábitos sacerdotales de época y es común encontrársela en las quebradas que llevan agua. //OA

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