#HIJUELAS
Cuenta la historia que, antiguamente, en los tiempos
coloniales, uno de los tantos sacerdotes jesuitas que llegaron a Chile vivió en
la zona de lo que hoy es Hijuelas. Como los parajes naturales de aquel entonces
no estaban tan habitados, el aislarse de la población era una práctica común.
Ocurrió que este misionero acostumbraba a acercarse a dios mediante la
meditación, y para ello siempre buscaba lugares alejados, en los que la
naturaleza fuese su única compañera. Una de estas ocasiones, se dispuso a recorrer
algunos cerros que según decían
lugareños, tenían pequeños manantiales formados en quebradas sinuosas. Preparó su mula con todo lo necesario:
ropajes, cacharros y otras cosas necesarias para el viaje y partió. No era la primera vez que realizaba este
viaje de introspección por lo que no fue extraño que sus colegas, amigos y
vecinos del pueblo asumieran que andaba en este periplo y que se ausentaría por un tiempo.
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Imagen: https://patrimoniocalerachile.webnode.cl/quebrada-del-cura/ |
Pasaron los días, luego semanas y finalmente meses, y la
situación se tornó preocupante. El cura no regresaba. Ya decididos,
se reunió un grupo de personas, dispuestas a buscar al jesuita perdido.
Enfilaron por el camino de las hijuelas hacia los cerros y cuando llevaban
media hora de caminata, la mula del sacerdote apareció, pastando tranquilamente.
Lo raro era que estaba sola y que sobre su lomo estaban todas las pertenencias
del cura, pero de él, ni rastro. Buscaron y buscaron, por senderos y quebradas,
pero no lo hallaban. Hasta que, al llegar a una quebrada obscura debido a que
el sol apenas la penetraba con sus rayos, lo vieron sobre unas rocas, muerto,
con evidentes signos de haber caído hace ya varios días desde el peñasco que a
veinte metros de altura se imponía.
Al enterarse la comunidad, se le realizó una gran misa, que
tuvo a todo el pueblo despidiendo al querido misionero, incluso, se comenta que
mientras duraba su responso, toda la gente no fue a laburar y se les veía por
calles y casas rezando y llorando la pérdida.
Desde entonces, los arrieros, acampantes y otros visitantes
que llegan a esta zona dicen ver la silueta de un sacerdote que los observa de
lejos. Cuando se intenta darle alcance, este siempre es más rápido, y
desaparece entre peumos, quillayes, boldos y arbustos.
También hay gente que en algunas noches dice ver a una
persona quien, amablemente ofrece pan y
comida. A esta persona siempre se le ve con hábitos sacerdotales de época y es
común encontrársela en las quebradas que llevan agua. //OA
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