#CHILOE
Era el momento que había esperado todos estos años. Al fin,
él y sus amigos podrían conocer eso que sólo veían en internet y televisión. La
isla grande, esa de la que tanto contaba su abuelo en aquellas tardes de
conversación alrededor del fogón que había reunido a generaciones. traucos, pincoyas, chonchones y caleuches
formaban parte de las historias que cada domingo, Froilán, el anciano, contaba
a sus nietos, pero que después de sus réplicas, fueron sumando a los amigos que
también, deseosos de escucharlas, compartían los aterradores relatos.
Froilán les contó que durante su estadía en el sur, se hizo
muy amigo de un hombre que pertenecía a la Recta Provincia, esta agrupación de brujos
que controlaban, en forma de gobierno paralelo y completamente independiente,
los destinos de Chiloé. Jacinto, que era su nombre decía que los brujos
acostumbraban a reunirse en la cueva de Quicaví, y cuando finalizaban los
ritos, volvían en forma de aves, reptiles y otros animales a sus casas.
Cierta ocasión, Froilán fue, de improviso a ver a Jacinto a su casa y no lo encontró. Llamó y
llamó, pero nadie salió. Resignado por no recibir respuesta de su amigo, decidió retornar a su hogar.
Cuando volvía, por el patio del jardín, un pajarito pasó veloz en dirección al
mar. Froilán no le prestó mayor atención.
No pasó mucho rato de haber llegado a su casa, cuando
Jacinto apareció frente a su puerta. Dijo que debía mostrarle algo, pero que no
podía contarle a nadie más y que debían partir de inmediato. Sin dudar de su
amigo, el abuelo lo acompañó a una carreta que los esperaba. Enfilaron desde la
misma casa en Castro hasta Quicaví, un pueblito más al norte de la isla. Al
cabo de un par de horas llegaron, justo cuando el atardecer estaba en su
apogeo.
- Tengo que mostrarte algo, dijo Jacinto. A lo mejor no me creerás,
pero soy un brujo. Acto seguido, dio tres pasos atrás, se espolvoreó con lo que
parecían cenizas y comenzó a convulsionar. Ni cinco segundos pasaron y su
cuerpo, de poco más de metro setenta hace un rato, se empequeñeció hasta tal punto
de transformarse en esa avecilla chilota tan característica. Un chucao.
Sin poder dar crédito a lo que acababa de observar, pero
fascinado frente a la situación, le pidió a su amigoque lo iniciara en el arte de la
brujería, accediendo éste, después de muchos intentos de convencerlo, pues
convertirse en brujo era algo dado a la gente de la isla y familiares, y en muy
escasas ocasiones a los extranjeros.
Fue llevado bajo una cascada oculta en Tocoihue y estuvo de cabeza
por varios días. Después volvió a Quicaví, y en la famosa cueva sorteó algunas pruebas, que no quiso revelar y
que lo convirtieron en Brujo.
Tras contar eso, los jóvenes reunidos alrededor de él se
rieron, algunos se fueron y otros menos, sus nietos, se quedaron.
“Gabito, yo sé que se tus amigos no me creen, pero cuando me muera, te demostraré que es verdad”. Dijo Froilán al nieto más
regalón.
Pasaron los años y llegó el momento esperado por Gabito y
sus amigos. La gira de estudios a Chiloé.
Imagen: Cascadas de Tocoihue. www.tripadvisor.cl |
El trayecto pasó rapidísimo. Todo el viaje fue maravilloso
de principio a fin. Conocieron Ancud, Dalcahue, Quellón, Chonchi y otras
partes. Pero lo mejor de todo fue conversar con los lugareños. Hablaron de las
mismas historias que tiempo antes le había contado el abuelo. Increíblemente,
fue corroborando cada una de ellas. Uno de los casos que más lo impactó, lo
vivió en el Parque de Cucao. Allí, al llegar al camping, se encontraron con un
gran tronco que chocaba con las olas del mar. En una ocasión, su abuelo le
había dicho que si veía algo así, ni
siquiera intentara sacar las ramas que se encontraban en las playas, pues eran
restos del Caleuche en estado de descanso, y que por las noches se
transformaban en el mítico barco. Como sus compañeros creían que los relatos
eran falsos, quisieron mover uno de los árboles caídos, pero en el preciso
instante en que se disponían a tocar el tronco, la marea subió y una lluvia
intensa comenzó a arreciar sobre el parque, impidiendo la maniobra. Al día
siguiente, pretendieron reintentarlo, con la mala suerte de que el tronco ya no
estaba por ningún lado.
Cuando volvían y estaban en Ancud esperando el ferry, un
anciano canoso, encorvado, de unos ochenta años se acercó al grupo de jóvenes
listos con maletas llenas y preguntó: ¿Gabriel? ¿Quién es Gabriel? De pronto,
un tímido joven levantó la mano entre el grupo. – Ahí estás. Tengo que
entregarte algo. Acto seguido, sacó de entre los pliegues de su gastada
chaqueta una carta cerrada con extraño sello, hecho a fuego. Este tenía la
imagen de un avecita en el centro y en los costados, una R y una P parecían
salirse del mismo.
- No lo abras, entrégaselo a tu abuelo. – dijo el anciano,
dile que se lo envía Jacinto. Enseguida volteó y se fue por la calle aledaña,
frente a la mirada atónita de los mejores amigos de Gabito, que ya habían
escuchado de este personaje, pero que no creían lo que el abuelo contaba hasta
ese momento.
Pese a los constantes hostigamientos por parte de sus
compañeros de abrir la carta y saber lo que había en suinterior, el joven se
mantuvo estoico, a pesar de que la curiosidad se lo comía por dentro.Cuando
terminó el viaje y llegó al colegio, vio por el parabrisas a su padre que lo esperaba con tono de
preocupación.
Apenas bajó, y tras un fuerte abrazo, apuraron en subir a la
camioneta. Una vez adentro, y antes de
iniciar la marcha, el papá, que no se caracterizaba por ser muy sutil, dijo: - “Hijo,
tu abuelo Froilán se está muriendo, debes ir a despedirte.” Un cáncer
fulminante hizo mella del viejo, que no aceptó tratamientos, y que mantuvo en
secreto la situación, hasta que ya no había más nada que hacer.
Después de intentar asimilar la noticia, y con lágrimas cruzando
sus mejillas, buscó respuestas en esas largas conversaciones, sin poder
entender lo que le decía su padre.
No pasaron ni veinte minutos y llegó al lecho de Froilán.
Apenas entró en su habitación, se fundieron en un abrazo. “A
ti te estaba esperando”, dijo el anciano, “sé que tienes algo para mí”.
Finalizó.
Sorprendido, sacó de
su bolsillo la carta, y frente a la mirada atenta de su nieto, leyó la misiva
en silencio. Al terminar, miró al joven y esbozó una sonrisa. “Estás listo.
Guarda esta carta y léela en tres días más”.
El joven salió de la pieza contrariado, no entendía lo que
su abuelo acababa de decirle. Más que
preocupado por la carta, estaba triste porque sabía que venía lo inevitable.
Esa noche, Froilán se durmió para siempre, acompañado de
toda su familia. Los días posteriores muchas personas visitaron su velorio y
más fueron quienes lo acompañaron en su despedida final.
Aquella tarde de camino al cementerio, la tristeza abundaba
en los corazones de todos. El trecho entre la carroza y el mausoleo era largo,
y más complicado se tornaba por la inexplicable lluvia de diciembre, que
amenazaba con enfermar a todos. El joven Gabriel, en uno de los relevos ayudó a
cargar el ataúd permitiendo descansar a su padre, cuando algo increíble
sucedió. Apenas a unos pocos metros del
sitio, un claro de sol se escabulló por entre las nubes e iluminó al féretro en
un radio de diez metros. De pronto, este adquirió una ligereza increíble, como
si el cuerpo ya no estuviese en su interior, mismo instante en que un ave,
idéntica al chucao, común del sur, pero ausente en los valles de la zona
central volara y se posara sobre el mismo mausoleo, como observando la
procesión. Ahí el joven lo entendió todo.
Al terminar el entierro, sacó de entre sus bolsillos la
carta y la leyó.
Estimado señor Froilán
Guala.
En vista y
considerando el acuerdo tomado por quien suscribe con su persona hace treinta
años en la localidad de Quicaví, se toma conocimiento de la aceptación de conversión del señor Gabriel
Guala Rodríguez, pues, como dictó dicho acuerdo, el señor Gabriel visitó la
isla grande antes de cumplir dieciocho años y cumple cabalmente las condiciones
para pertenecer a la R.P.
Accediendo a vuestra
petición, el señor Guala Rodríguez debe presentarse con plazo máximo de diez
años, a contar de la fecha, en Tocoihue, a fin de iniciar ritos de conversión.
Atentamente.
Jacinto Antiqueo.
Miembro de la real
Junta de la R.P.
Gabriel miró al horizonte, Froilán, su abuelo, lo convertía
en parte de sus historias. //OA
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