#SALAMANCA
Además de Chiloé, Salamanca se convirtió en el lugar de
reunión de brujos por excelencia.
Existen historias que cuentan sobre su existencia en la zona y dan como lugar
específico la llamada Roca de Manquehua, ubicada a varios kilómetros del pueblo.
En una rajadura de la roca se encontraría el ingreso a este sitio misterioso,
el que en su interior tendría un amplio espacio que funciona de salón, donde se
llevarían a cabo misas negras, sacrificios y otros ritos, dirigidos por brujos, que serían
personas respetadas en la localidad. Esta cueva
sería custodiada por dos culebrones que espantan a todos los que osen
acercarse. En ella, también se hacen presentes las almas de los brujos ya
fallecidos que esperan los tributos de sus colegas más jóvenes. Estos van acompañados
de sacrificios o simples compañías.
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Imagen: Diario El Día. |
Cada Viernes Santo, una procesión de luces se observa a lo
lejos saliendo desde la Roca de Manquehua y perdiéndose entre los cerros
cercanos. Quienes forman parte de ella serían los brujos y brujas que vuelven
luego de una celebración extensa, que
reuniría a todos los hechiceros del
territorio nacional, pues la profundidad de la cueva es tal, que conecta con
otros sitios famosos por el arte de la brujería en el país, como Talagante o
Quicaví.
Cuando alguien logra sortear a los centinelas e ingresar a
la cueva, se encuentra con una fiesta muy pomposa, con personas vestidas de la
mejor forma y con mesas engalanadas con los frutos y comidas más variadas. Los
cubiertos, platos y adornos, por su parte, son de un reluciente oro. Si alguien intentara llevarse alguna de estas
cosas, al cruzar el umbral de la cueva, el elemento sustraído se convertiría
rápidamente en algo desagradable o macabro.
Le ocurrió una vez a Carlos, un joven deportista de la zona que
jugaba en uno de los tantos clubes locales de las afueras de Salamanca. Como
buen futbolista, conocedor de su equipo y de la escuálida fan
aticada que cada
fin de semana los acompañaba en los polvorientos campos, acostumbraba a buscar
entre lo poco que ofrecía el panorama alguna chica con la cual pasar un momento
divertido.
Un puñado de personas alrededor de la cantina y otras tantas
mirando el fútbol en la añosa gradería de madera formaban parte del paisaje
bajo el abrasador panorama de la cancha. Pero al lado de la Matilde, su prima pelotera,
una cara que no reconocíaborró el esquema que mentalmente había armado. Una
mujer, de tez clara, pelo rojizo, calculó, de unos veinte años, lo miraba desde
hace rato.
Terminado el partido, y ya bien arreglado, salió del camarín
y la encontró cerca de la cantina. Después de hacerle una finta a la prima, la
invitó a la fiesta que su club armaría por la noche, logrando que la joven
accediera.
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Imagen: www.travelhoundy.com |
Ya en la noche, y después de varios tragos, decidieron salir
de la fiesta. La chica, que estaba mucho
más lúcida que Carlos, lo llevó a otra celebración a la que había sido
invitada. Tras caminar por largo rato, llegaron a los pies de la Roca de
Manquehua, que en vez de tener una gran rajadura, ocupaba su ingreso un gran
portón negro. Frente a él. Dos personas, altas y delgadas, en una mezcla de
silbido y voz les reclamaron sus nombres al unísono. La joven respondió: “Ana y
uno”, instante preciso en que las enormes puertas negras se abrieron.
En su interior, se mostró un gran salón. Carlos, pensó que
se trataba de una fiesta de gente muy fina, opuesta a su origen familiar, por
lo que trató de comportarse. Después de
un rato, sólo tuvo momentos de lucidez. Se recuerda bailando, riendo con
personas que vestían túnicas negras y comiendo los manjares más deseados. En
uno de esos instantes, la tentación pudo más y aprovechó de echarse al bolsillo
un collar de brillantes piedras que instantes antes, Ana dejó en una mesa.
Después de eso, la memoria se borró.
Al día siguiente, al despertar, sintió que su cabeza se partía
en dos. Estaba tirado sobre la plaza, en un costado de la calle Bulnes con el
sol aumentando su resaca. De la mujer, ni rastro.
Instintivamente buscó dinero en los bolsillos para tomar la
locomoción que lo llevara a su hogar, y recordó el robo. Al sacar lo que creyó era un botín perfecto,
una imagen macabra apareció. En sus manos, un paladar humano yacía con todos su
dientes íntegros. Del susto, los lanzó lejos y corrió pensando que quizás había
cometido un delito y no lo recordaba.
Pasaron los días y la preocupación aumentó. Habló con su
prima y le preguntó por la joven, recibiendo como respuesta que sólo la había
conocido esa tarde. Tiempo después, le contó lo sucedido a su abuelo, quien,
con la experiencia que caracteriza a los sabios, le explicó que había conocido
a una bruja, y que felizmente había salvado con vida, pero que con esas cosas
no se juega y que debía ser más precavido en una nueva ocasión. //OA
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