domingo, 1 de septiembre de 2019

BRUJERÍAS


#SALAMANCA

Además de Chiloé, Salamanca se convirtió en el lugar de reunión de brujos por excelencia.  Existen historias que cuentan sobre  su existencia en la zona y dan como lugar específico la llamada Roca de Manquehua, ubicada a varios kilómetros del pueblo. En una rajadura de la roca se encontraría el ingreso a este sitio misterioso, el que en su interior tendría un amplio espacio que funciona de salón, donde se llevarían a cabo misas negras, sacrificios  y otros ritos, dirigidos por brujos, que serían personas respetadas en la localidad. Esta cueva  sería custodiada por dos culebrones que espantan a todos los que osen acercarse. En ella, también se hacen presentes las almas de los brujos ya fallecidos que esperan los tributos de sus colegas más jóvenes. Estos van acompañados de sacrificios o simples compañías.
Imagen: Diario El Día.
Cada Viernes Santo, una procesión de luces se observa a lo lejos saliendo desde la Roca de Manquehua y perdiéndose entre los cerros cercanos. Quienes forman parte de ella serían los brujos y brujas que vuelven luego de una celebración extensa,  que reuniría a todos los hechiceros  del territorio nacional, pues la profundidad de la cueva es tal, que conecta con otros sitios famosos por el arte de la brujería en el país, como Talagante o Quicaví.
Cuando alguien logra sortear a los centinelas e ingresar a la cueva, se encuentra con una fiesta muy pomposa, con personas vestidas de la mejor forma y con mesas engalanadas con los frutos y comidas más variadas. Los cubiertos, platos y adornos, por su parte, son de un reluciente oro.  Si alguien intentara llevarse alguna de estas cosas, al cruzar el umbral de la cueva, el elemento sustraído se convertiría rápidamente en algo desagradable o macabro.
Le ocurrió una vez a Carlos, un joven deportista de la zona que jugaba en uno de los tantos clubes locales de las afueras de Salamanca. Como buen futbolista, conocedor de su equipo y de la escuálida fan
aticada que cada fin de semana los acompañaba en los polvorientos campos, acostumbraba a buscar entre lo poco que ofrecía el panorama alguna chica con la cual pasar un momento divertido.
Un puñado de personas alrededor de la cantina y otras tantas mirando el fútbol en la añosa gradería de madera formaban parte del paisaje bajo el abrasador panorama de la cancha. Pero al lado de la Matilde, su prima pelotera, una cara que no reconocíaborró el esquema que mentalmente había armado. Una mujer, de tez clara, pelo rojizo, calculó, de unos veinte años, lo miraba desde hace rato.
Terminado el partido, y ya bien arreglado, salió del camarín y la encontró cerca de la cantina. Después de hacerle una finta a la prima, la invitó a la fiesta que su club armaría por la noche, logrando que la joven accediera.
Imagen: www.travelhoundy.com
Ya en la noche, y después de varios tragos, decidieron salir de la fiesta. La chica,  que estaba mucho más lúcida que Carlos, lo llevó a otra celebración a la que había sido invitada. Tras caminar por largo rato, llegaron a los pies de la Roca de Manquehua, que en vez de tener una gran rajadura, ocupaba su ingreso un gran portón negro. Frente a él. Dos personas, altas y delgadas, en una mezcla de silbido y voz les reclamaron sus nombres al unísono. La joven respondió: “Ana y uno”, instante preciso en que las enormes puertas negras se abrieron.
En su interior, se mostró un gran salón. Carlos, pensó que se trataba de una fiesta de gente muy fina, opuesta a su origen familiar, por lo que trató de comportarse.  Después de un rato, sólo tuvo momentos de lucidez. Se recuerda bailando, riendo con personas que vestían túnicas negras y comiendo los manjares más deseados. En uno de esos instantes, la tentación pudo más y aprovechó de echarse al bolsillo un collar de brillantes piedras que instantes antes, Ana dejó en una mesa. Después de eso, la memoria se borró.
Al día siguiente, al despertar, sintió que su cabeza se partía en dos. Estaba tirado sobre la plaza, en un costado de la calle Bulnes con el sol aumentando su resaca. De la mujer, ni rastro.
Instintivamente buscó dinero en los bolsillos para tomar la locomoción que lo llevara a su hogar, y recordó el robo.  Al sacar lo que creyó era un botín perfecto, una imagen macabra apareció. En sus manos, un paladar humano yacía con todos su dientes íntegros. Del susto, los lanzó lejos y corrió pensando que quizás había cometido un delito y no lo recordaba.
Pasaron los días y la preocupación aumentó. Habló con su prima y le preguntó por la joven, recibiendo como respuesta que sólo la había conocido esa tarde. Tiempo después, le contó lo sucedido a su abuelo, quien, con la experiencia que caracteriza a los sabios, le explicó que había conocido a una bruja, y que felizmente había salvado con vida, pero que con esas cosas no se juega y que debía ser más precavido en una nueva ocasión. //OA

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