#CABILDO
En las polvorientas calles del pueblo jugueteaba Pablo. De
origen humilde, nunca tuvo familia que lo apoyara, y por eso vivía del cariño
que los vecinos le entregaban. De estudios ni pensarlo, el sólo quería ir a las
minas como lo hacían los hombres en el pueblo. Acostumbraba a acompañar a los
mineros que partían a los cerros en búsqueda de vetas que les dieran el
sustento tan deseado por el sólo gusto de recorrer Cabildo y sus alrededores.
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Imagen: Turismoenchile.cl |
A medida que fue creciendo, comenzó a sentirse solo. La gran
mayoría de sus amigos ya habían formado familia y él parecía no encontrar a la
indicada para formar parte de su vida.
Hasta que conoció a la Mirta. Una joven venida de Petorca a
trabajar como cantinera en uno de los tantos bares de la ciudad. Menuda, de
ojos color café y muy risueña, alegraba el día con sus historias a todos los
comensales que acudían a entretenerse al bar.
Flechado por su mirada, y contento por haber encontrado a
quien pensó era la persona indicada, decidió declararse. Lamentablemente, su
amor no fue correspondido. Mirta, simplemente no encontraba interesante la
propuesta amorosa que le ofrecían.
Desde ese día, Pablo cambió. Dejó de ir al bar. Se volvió
más solitario, más tosco, más irascible y ya no se juntaba con nadie. Sólo
merodeaba por las calles, ebrio, con su
rostro descuidado, y mal aspecto. Tiempo después, no apareció más por Cabildo.
Se fue a los cerros, a buscar vetas de minerales que nunca aparecieron.
Una noche, cansado por la derrota y la desdicha de otro día
más sin riquezas ni amores, pidió al cielo que su suerte cambiara. Pero el
cielo no escuchó. Por el contrario, la respuesta vino del lugar que menos
esperó.
Frente a sus ojos, del otro lado de la fogata improvisada,
un hombre muy bien vestido lo saludó. Como no obtuvo respuesta del sorprendido
y asustado Pablo, siguió hablando. Le dijo que entendía su dolor, que si
necesitaba ayuda, él podía entregársela. El hombre en cuestión era el mismo
diablo que venía por un alma errante, como lo era la de él.
Aún asustado, pero más triste por el dolor padecido los últimos
meses, accedió al trato. El amor de Mirta, por su alma.
Al día siguiente, se encontró con la mujer, que le
correspondió inmediatamente. El trato se estaba llevando a cabo. Así pasó un
par de años. Pero las vueltas del destino siempre traen sorpresas. Ocurrió que
cierto día, el hombre comenzó a sentirse mal. Acudió al médico, y después de
varios exámenes, constataron lo peor: Un cáncer en su estado terminal le
afectaba.
Tras la desoladora noticia, el peso de la conciencia hizo mella en el hombre, que
comenzó a entender que iba a morir, y que no había podido disfrutar el tiempo
como deseaba.Los últimos días, los dolores se acrecentaron y Pablo entendió que
el final estaba cerca. Apenas Mirta
partió a trabajar, el hombre, lentamente se dirigió al cuarto donde guardaba
las herramientas y ató un par de explosivos a su cuerpo.
Presa de la rabia y la desesperación, frente al destino que
le esperaba, y jadeando por la dificultad de su enfermedad llamó al diablo, que
no tardó en aparecer.
-
Pretendía
visitarte en un par de horas, aún no te vas a morir- Señaló el mandinga.
-
Quiero que
sepas que estoy arrepentido del trato- Dijo Pablo, con un dejo de
esperanza.
-
Muy tarde
para arrepentirse. Nos vemos más tarde- respondió.
-
Pero es
que quiero despedirme- Arguyó Pablo.
-
Ninguna posibilidad,
el trato que hicimos…Y antes de que el diablo terminara la frase, la
habitación donde se encontraban explotó, dejando un fuerte olor a azufre.
Pablo prefirió sacrificarse, porque se dice que las almas de
las personas que se suicidan quedan para siempre recorriendo los lugares que
habitaron tratando de resolver los problemas. //OA
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