#VALLENAR #OVALLE #PETORCA
Se encuentran registros de este insecto en parte del norte y
centro de nuestro país. Se caracteriza por un sonoro tic-tac, que realiza una y otra vez al
golpetear con la superficie. Se
describen dos tipos de relojillos: los de la fortuna y los del mal. Para
obtener la buena suerte que otorga el benigno hay que capturarlo, el problema
es que ambos no se diferencian estéticamente. Así que hay que ser bien valiente
para atraparlo y tener la suerte de escoger el correcto, pues si es el malo, la
muerte se avecina.
En una ocasión, un trabajador agrícola de la zona de Ovalle,
agobiado por las deudas, mientras buscaba algo que comer en su cocina, encontró
un relojillo. Conocedor de su historia, y sin nada que perder, se abalanzó
sobre el insecto, el que guardó en un recipiente de vidrio. Al día siguiente, partió
a trabajar. Cuando se preparaba para
subir a la bicicleta y encaminarse al campo, un punto de la superficie justo
afuera de su casa llamó su atención. Parecía tierra removida. Se acercó y
comenzó a escarbar. No llevaba ni treinta centímetros, cuando dio con una bolsa
de género grueso. La abrió, y su cara se iluminó. Tenía una gran cantidad de
oro. Sin poder creerlo, el hombre
recordó su insecto reloj guardado. Retorno a su casa y lo liberó: Gracias
relojillo. Cuentan los lugareños que, después de obtener la gracia del insecto,
este debe ser liberado o se convierte en insecto de la desgracia.
Otros señalan que el tic-tac del relojillo es un augurio de
muerte. En el antiguo Hospital Nicolás Naranjo de Vallenar, las trabajadoras del aseo decían
barrer comúnmente en las habitaciones
donde fallecían
los pacientes geriátricos, algunos de estos bichitos, ya
muertos. Existe la creencia de queel relojillo, luego de anunciar la muerte de
una persona, también pierde la vida y cambia su color a uno más negruzco.
En Petorca, un anciano, ya en su lecho de muerte, y
acompañado de todos sus parientes que se
habían reunido a despedirlo, no cesaba en decir: “sáquenlo”, “llévenselo”. Los familiares, pensando que se
trataba de una antigua rencilla familiar, decidieron expulsar a uno de los
hijos con quien había tenido diferencias en otro momento.
¡Mi hijo no!, ¡el relojillo! Fue lo último que dijo, antes
de dar un suspiro largo y descansar en paz. Todos se miraron angustiados y
extrañados. El hijo mayor, que había
escuchado la historia, pidió que salieran de la pieza, y cuando estuvo solo,
buscó bajo la cama. Un insecto verde oscuro yacía muerto. //OA
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