#VALPARAÍSO
-¡Vamos a mi casa!
Dijo el Sergio. Las visitas al sucucho
perdido en Playa Ancha eran comunes cuando no había nada más que hacer en la
Upla y el aburrimiento nos mataba. Al menos ahí podíamos descansar y jugar play
para no vagar por el campus en esas ventanas eternas de horarios mal repartidos
con los “genios” organizadores de
nuestra carrera.
La avenida Gran Bretaña estaba llena de casas hermosas, con
un pasado digno de ser contado. Muchas de
estas acostumbraban a tener en el patio trasero cuartos que habían sido
acomodados para el arriendo de estudiantes como el José, mi amigo.
La madre de la señora Cleo, que le arrendaba la pieza, vivía sola en el nido de recuerdos inglés que
quedaba delante del cuarto. Justo frente
a su hogar, se levantaba imponente otra construcción, que ya había tenido sus
días de gloria, y que aguantaba estoica el fuerte viento y el paso de los años,
pero que denotaba el dejo propio de los lugares abandonados.
Doña Eloísa, la anciana dueña de la propiedad en que vivía
el José, nos había señalado en varias oportunidades que ahí no vivía nadie, y
bueno, la verdad, nunca le prestamos
demasiada atención.
Uno de esos días, pasé al sucucho del José. Al llegar, en la
casona del frente, dos niños jugaban en el pequeño antejardín. “Vieja mentirosa, si vive gente ahí”-
Fue lo primero que pensé.
En el sucucho ya estaba el Toby, otro de los chicos del
grupo, con el anfitrión, que me recibió con un: “Weón, te demoraste caleta”. Esa tarde fue lo de siempre, cerveza y
Play Station.
En eso estábamos,
cuando de pronto, se escuchó en las afueras a la señora Eloísa: -¡Se quemaaa!
Salimos raudos a ver qué sucedía, encontrándonos con la
casona del frente humeando por todas partes.
¡Los niños!- dije
y antes que alguien dijera algo, entré por la reja, que curiosamente estaba
abierta, Traspasé la puerta principal a toda prisa y me adentré unos cuatro
metros corriendo a ciegas en medio de puro humo. Idiota. Choqué con algo, lo
más probable, una pared. Caí tumbado al piso con violencia. Perdí el
conocimiento por unos instantes. Al recobrarlo por un lapso de segundos, sentí
entre mis hombro sun par de manos pequeñas, que me jalaban hacia afuera, con una fuerza
que me parecía inexplicable, pues no soy muy flaco que digamos, hasta estar a
medio metro del ingreso. Luego me borré.
Desperté en la casa de Doña Eloísa. Estaba con el José y el
Toby.
¿En qué estabai
pensando weón?- Dijo el Toby. La señora, que se encontraba más atrás,
apenas me vio abrir los ojos, contó. “Ahí no vivía nadie, te lo dije. Esa casa
quedó deshabitada después de un incendio hace como treinta años. La
remodelaron, pero nadie la quería habitar, tenía mala fama”.
Y ¿Por qué?- Yo
haciendo una pregunta de la que ya sabía la respuesta, pero que, en mi
escepticismo me negaba a creer.
“Porque
en ese incendio murieron los dos hijitos del matrimonio. Les gustaba jugar en
el antejardín, y acostumbraban a venir acá a compartir con la Cleo”.Dos semanas después, el José habló con sus papás
y se cambió a un departamento. No quería seguir sintiendo los ruidos nocturnos
que antes asociaba a gatos y perros.
//OA
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