martes, 27 de agosto de 2019

1998


#PAIHUANO

Para quienes conocen el Valle del Elqui, saben que es una zona de belleza única. El contraste del valle, los cerros y un cielo que no invita a las nubes a participar, convierten a este destino en un lugar de ensueño. Corría el año 1998 y sucedió algo que pondría el nombre de Paihuano, una de las localidades que componen el valle en el tapete nacional, por un hecho que nadie esperaba ver y que su desenlace hizo aún más sospechoso todo lo que ocurrió.
Don Juan era un hombre de tez morena, con abundantes canas que desde joven lucía con orgullo. Vivía a los pies del cerro Las Mollacas, lugar que utilizaba para acarrear sus animales, que por las tardes traía de vuelta la casa. Ese día miércoles de octubre había recibido una visita muy especial. Su hijo Manuel, su orgullo, aprovechaba las manifestaciones estudiantiles que tuvieron paralizadas las clases un par de semanas para visitarlo a él y a Rosa, su esposa y mamá del retoño, que lo esperaba con la alegría y preocupación de la madre que extraña, pero que no quiere ver pasar a su hijo las carencias que ellos tuvieron que enfrentar por no estudiar.
Juan fue a buscarlo  al terminal de Vicuña en la camioneta de su hermano, y en el trayecto, Manuel lo puso al tanto de los cambios que tenía el puerto principal.  Entre troles, funiculares, playas, protestas y mujeres la conversación se hizo corta. Al llegar, la madre los esperaba en compañía de algunos familiares con un asado a la rápida, pues era día de semana y había que trabajar.
Compartieron, rieron y comieron lo suficiente, como para que el letargo los visitara. Los más viejos volvieron a sus labores y los más jóvenes se entregaron a la pereza. De los adultos, sólo su padre, decidió no volver al  trabajo. Había que sacarle el jugo a la visita del hijo, aunque fuera corta.Se quedaron descansando entre los parrones, con el cerro de fondo. Llevaban una media hora, cuando un sonido fugaz los puso en estado de alerta. De un salto, Juan, Manuel y sus primos, se levantaron de los sillones donde reposaban. Lo que vieron los dejó atónitos.
Un objeto metálico, de unos cinco metros de diámetro impactó con fuerza el cerro encima de ellos. Entre asustados y curiosos por lo que sus ojos no podían acreditar, corrieron al lugar de los hechos encontrando una imagen digna del surrealismo más profundo y que como primeros espectadores en el lugar no dieron crédito.
Del objeto, ahora destruido en tres partes, emanaba un humo azul que al sol de aquella tarde parecía algo fantástico. A pesar de eso, todo podría tener una explicación incluso lógica. Manuel le dijo al papá que a lo mejor era uno de esos globos meteorológicos que los estudiantes de facultad de al lado de la suya en Valparaíso diseñaban. Era la explicación más coherente dentro de la locura que podía significar lo que estaban viendo. Pero esta explicación se derribó cuando vieron lo impensado.
  Sobre una piedra, lo que parecía ser la mitad del cuerpo de una persona pequeña, de un color de tez grisáceo yacía sin vida. La otra mitad estaba a un par de metros del  objeto que se había desperdigado más lejos en la ladera del cerro.
Impávidos por lo que veían no reaccionaron. No supieron si pasaron cinco o diez minutos mirando lo absurdo, tiempo en que fueron sorprendidos por un cordón militar que los arrinconó, y a la mala los hizo bajar a la fuerza.
- ¡Aquí no pasó na’!- ¿Escucharon los huevoncitos? Señaló un militar de rango evidentemente más elevado que daba instrucciones a los centenares de subordinados que acordonaron el área y a puntas de armas escarmentaron a todos los vecinos y curiosos que osaron acercarse.
Callados y sorprendidos por lo que acababan de ver y por la violencia en que habían sido desalojados del lugar, bajaron a la casa, donde Rosa, la madre, los esperaba preocupada. Sólo después de varios gritos de la mujer les volvió el habla y contaron lo que habían visto, ante la mirada confundida y escéptica de la dama, que a medida que los relatos de los primos se conectaban con los de Manuel y Juan iba creyendo más lo que decían.
Esa misma tarde tomaron el té  en el parronal, cuando el segundo suceso anormal del  día enviaba otro mensaje difuso. Un sonido ensordecedor, de esos helicópteros que sólo se ven en las películas, pasaba sobre sus cabezas en dirección al lugar de los hechos. Decidieron salir a mirar, notando que a la media hora de haberse posado en Las Mollacas, partían con rumbo desconocido por entre medio de los cerros del Valle.
Al día siguiente, y con la noticia aún fresca de lo acontecido. El hermano de Juan, taxista de oficio, fue a tomar desayuno con la familia, contándoles que en uno de sus recorridos nocturnos,  lo interceptaron varios vehículos militares, quienes le cortaron la ruta para dejar pasar dos camiones  que llevaban objetos de gran tamaño que estaban cubiertos por una lona y que se perdieron por las calles del lugar.
Don Juan no sabía en ese momento que lo que él y su familia presenció, con el paso del tiempo pasó a llamarse el “Roswell chileno”, uno de los casos más intrigantes y enigmáticos de ufología en Chile.//OA


imagen: wikiCharlie.cl

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